Vistas de página en total

lunes, 1 de diciembre de 2014

Cambiemos el lenguaje para cambiar la sociedad.


El “pequeño Nicolás” ha pedido que no se le de este apelativo, que se le llame Francisco Nicolás Gómez Iglesias… y debemos hacerlo. Debemos hacerlo porque debemos tratarlo como tal, es decir, como un sujeto mayor de edad con responsabilidad de sus actos, cuyas acciones no son una travesura, sino una estafa, posiblemente argüida desde una psicopatología, a no ser que se demuestre lo contrario. Tenemos que llamarlo Francisco Nicolás y dejar de calificarlo de “listo”. Llevamos muchos años admirando a personajes similares como Dionisio Rodríguez, Mario Conde, los aprovechados de Marbella o los de tantos casos de corrupción política de los que decíamos “estos sí que saben” y lo decimos delante de nuestros hijos, de la juventud que entiende que son modelos a seguir.
Esperamos a Messi en la puerta de un juzgado, pero no para exigirle que pague lo que debe a Hacienda, es decir, a nosotros, sino para vitorearlo por su vertiente deportiva. Reconozco que Messi es un deportista de un nivel difícil de alcanzar, que es digno de elogio en el campo de fútbol, pero ”lo cortés no quita lo valiente” y fuera de ese campo la verdad es que ha intentado estar por encima de la ley. Y eso hay que hacerle ver que no estamos dispuesto a permitirlo.
Estos años también se nos ha llenado la boca criticando a los políticos corruptos (pero votándolos en las urnas) y preguntándonos cómo se había llegado a tal extremo. Pero durante estos años nadie se ha levantado y ha dicho “se ha llegado a esto por mi culpa”. Por mirar hacia otro lado, por permitir esos pequeños hurtos, por dejar que no nos hicieran facturas, porque en una democracia NOSOTROS, todos, somos más culpables que los propios estafadores/aprovechados/ninguneantes…, porque lo hemos permitido, porque nos hemos refugiado en “no es cosa mía” o “si aquí todo el que puede roba” y hemos clasificado a los delincuente de listos  y los hemos invitado a platós televisivos donde cantaban, contaban anécdotas o presentaban su libro… sin sentir ni un ápice de vergüenza.
Hemos reído la gracia y, después hemos culpado a la política o  a la justicia, de los desmanes. Pero no son los políticos los que construyen un país, es el pueblo y sólo en la medida en que esos políticos son parte del pueblo, ayudarán en esta labor.
Es el pueblo el que exigirá a los gobernantes que realicen su labor, que lo hagan eficientemente y que lo hagan honestamente, dando ejemplo.
Es el pueblo el que, ante la falta de principio, será más honrado, más responsable, sin preguntarse si los otros lo son. Es el pueblo el que pensará que sus valores, su conducta servirá para mejorar al resto. JFK dijo que al pueblo americano que no preguntara lo que su país podía hacer por ellos, sino lo que ellos podían hacer por su país. Porque realmente, no es el pueblo el que levanta una nación, eres tú.

Empecemos a llamar a las cosas por su nombre. El ladrón es eso y si a ese sustantivo le añadimos un DES-calificativo, para que, en vez de ser un modelo, sea un desprecio, mejor.   

jueves, 25 de septiembre de 2014

SUICIDIO. PÉRDIDA PRIVADA, PROBLEMA PÚBLICO.


Todos los días mueren personas por distintos motivos: corazón, cáncer,… Ninguno de estos fallecimientos es noticia, salvo que el finado sea una persona conocida, famosa, pública. En el resto de los casos, se deja que la familia pase su padecimiento en privado. Supuestamente, esto mismo debería ocurrir cuando la causa del fallecimiento es el suicidio. Incluso creo que los periodistas tienen un código deontológico al respecto. Sin embargo, a veces, algún pseudoperiodista, en complicidad con el morbo que el lector tiene, hace noticia de uno de estos hechos, explayándose, en mayor o menor medida, en detalles como el método, las iniciales a las que responde el finado, su profesión o las supuestas dificultades que le llevaron a tomar tal decisión.

Dejemos claro que el suicidio personalizado no es una noticia, que sólo alimenta el morbo y que produce una segunda victimización en los familiares. Si cabe, los casos de suicidios deben ser más anónimos y privados que el resto de fallecimientos, pues conllevan una carga de tabúes y connotaciones negativas. Deben ser los familiares los que decidan hacer más o menos pública las circunstancias que han rodeado al fallecimiento. Con ello no se defiende el “ocultismo” debido a la vergüenza y a las connotaciones negativas que seguimos arrastrando de nuestra tradición católica. Muy por lo contrario, se debe luchar contra este tabú en un mundo que cada vez se plantea más seriamente la eutanasia activa, el derecho a elegir libremente cómo y hasta cuándo vivir y cómo y cuándo morir. Podría decirse que los suicidios han sido una señal de la necesidad de plantearnos esta cuestión social e individual. Es necesario que las familias puedan hablar sobre el suicidio de un ser querido con naturalidad, sin vergüenza, reconociendo la valentía del acto o, al menos, con el derecho a comprender y aceptar tal decisión. Lo que no es ético, es que alguien ajeno a la familia y los amigos, apoyándose en la libertad de expresión y el “derecho a saber del ciudadano” utilice este hecho, privado o restringido a los conocidos, para hacerlo público y menos como suele hacerse.

Paradógicamente esta permisividad del intrusismo en el ámbito privado del suicidio (como acto individual), contrasta con las dificultades para hacer público los datos, las circunstancias del suicidio, anónimo, como hecho social y eso que no hablamos de un “pequeño” problema. En 2008 el suicidio se situó como primera causa externa de defunción ante el descenso de los fallecidos en accidentes de tráfico (según nota de prensa del INE). Eso supuso en 2010 la cifra de  3.145 muertes (2.456 hombres y 689 mujeres) lo que seguramente sólo refleja la punta del iceberg.
Ante esta cifra lo lógico sería pensar que se hace necesario un estudio (investigaciones) que nos permitan conocer en profundidad el problema y, sobre todo, demarcar aquellas variables predictoras sobre las que poder hacer hincapié. Sin embargo, la falta de un sistema que facilite la recogida sistemática de información sobre las causas (factores de riesgo) y los factores protectores, imposibilita la realización de estudios correlacionales e inferenciales que nos permitan contar con indicadores de prevención. Y ello, a pesar de que sepamos que el 90% de suicidios consumados padecían trastornos mentales; un 40%, trastorno de personalidad, alcoholismo, drogadicción o esquizofrenia; el 60% enfermedad depresiva; en un 41% habían pasado por hospitalizaciones psiquiátricas en el año previo a la muerte. Además, la autopsia psicológica de los suicidas muestran que el 90% de los casos presentaban criterios diagnósticos de 1 o más trastornos mentales, es decir, si en lugar de esperar a recopilar información tras la muerte, se hubiese obtenido antes, quizás se hubiese evitado. Si sabemos que existe una relación estandarizada de mortalidad con los intentos previos, con los trastornos alimentarios, con la depresión mayor, con el abuso de sustancias psicoactivas y con el trastorno bipolar, por qué no usar estos indicadores como señales para evaluar la ideación suicida en el paciente.
Aquellos que nos acercamos al fenómeno del suicidio con la intención de realizar estudios científicos con garantías metodológicas y estadísticas nos encontramos con escollos difícilmente superables derivados de la burocracia, el miedo y el egoísmo profesional. Desde hace años ya ni contamos con la única fuente nacional, el INE, que dejó de publicar las estadísticas sobre muertes por suicidios a principios de esta década.
A ello hay que sumar las restricciones impuesta por la ley de protección de datos sobre información médica que, a veces, se utiliza como escusa, se sobredimensiona o se mal interpreta para no atender peticiones de otros profesionales.   
Otra fuente de dificultades proviene, valga la redundancia, de las propias fuentes de información. La primera de ella sería el servicio de documentación clínica que puede proporcionar (previa autorización de la Dirección) las cifras brutas de casos atendidos en urgencias, los ingresos y las muertes en los que figure como diagnóstico principal  "autolisis, intento de suicidio, ...", pero en muchas ocasiones el diagnóstico se limita o se decanta por "herida incisa en muñeca, intoxicación medicamentosa, precipitación, politrauma, ...” etiquetas bajo las que pueden esconderse casos de suicidios o intentos que quedarían fuera de estudio con la consabida pérdida de fiabilidad de la investigación.
Una segunda fuente (posible) sería el servicio de psiquiatría. La mayoría de los intentos de suicidio que sobreviven se remiten a Psiquiatría para valoración. Los psiquiatras documentan muy bien sus pacientes, pero, se trata de información muy confidencial. Acceder a los expedientes para obtener datos es sumamente difícil, además de que se limitarían a intentos o suicidios fallidos.
 Por último, existe la obligación legal de dar parte al Juez de Guardia de todas estas asistencias, por lo que es posible que los Departamentos Forenses de los Juzgados  cuenten con información al respecto. De nuevo, una larga burocracia y un desconocimiento de la organización de dichos datos obstaculizarían cualquier investigación que se basase en esta fuente de información.
Y así, mientras seguimos creando campañas publicitarias para reducir todo lo posible las muertes por accidentes de tráfico, apenas si invertimos en un problema que, según algunos estudios, para el año 2020 a nivel mundial, 1,53 millones de personas morirán por suicidio y se producirán entre 10 y 20 veces más intentos suicidas. Es decir, en promedio se producirá una muerte por suicidio cada 20 segundos y un intento suicida cada 1 a 2 segundos.




jueves, 21 de agosto de 2014

SOMOS LO QUE LEEMOS

Somos lo que comemos”  suele decirse, pero yo no estoy de acuerdo. “Somos lo que hemos leído” o, al menos, era así cuando se tenía la costumbre de leer, de abrir un libro de papel y subrayar sus páginas, cerrarlo con la misma pesadumbre con la que se despide a un amigo. Cuando un libro era un tesoro, un bien preciado que guardábamos en NUESTRA  biblioteca, “disco duro” de nuestro cerebro, para visitarlo de vez en cuando.
Hablo de un tiempo en el que pocas novelas se pasaban a película (“¿para qué voy a leer El niño del pijama de rayas, si está la película?”) y cuando reuníamos algún “dinerillo” íbamos a la Librería Mateo esperando que algún libro TE eligiera.
Nos sentíamos orgullosos de comentar el último libro leído porque ello decía mucho de cómo éramos y, si se hacía un recorrido por lo que otra persona había leído, podíamos adivinar (deducir)  sus valores, su gustos, sus aspiraciones.
Yo pasé parte de la infancia “viendo” (que no leyendo) Hazañas Bélicas que mi hermano coleccionaba y con los que, reconoce, aprendió mucha historia.
Esa pseudolectura la compaginé con los cuentos clásicos que siempre dejaban una moraleja. Mira por donde, hoy, algunos autores, usan cuentos como terapia.
Pasé de los cuentos a las historias de Asterix y Obelix y las peripecias del inmejorable Tintín con el que tantos aprendimos a amar la aventura y los viajes.
No sería quien soy sin haberme empapado de Julio Verne con el que bajé al centro de la tierra y despegué hacia la luna, pero, sobre todo, surqué 20.000 leguas por el fondo de los mares. Sin él, no hubiese sentido esa pasión por el buceo.
Durante mi adolescencia-juventud fueron cayendo en mis manos, o mejor, me encontraron, me eligieron, varios libros que incorporé a mi forma de ser. Robinson Crusoe fue uno de ellos. Aunque luego leí que Defoe simbolizaba el colonialismo, del hombre perfecto y de la moral suprema, para mí fue sólo una aventura un modelo de hombre a quien imitar queriendo res autosuficiente y amando la naturaleza.
Cuando viajaba, siempre acababa en la sección de ofertas literarias del Corte Inglés. Allí, en un viaje de estudio, me esperaba Siddhartha. Sin duda una de las lecturas que más me han marcado. Creo que llegó en el momento (la edad) propicio. Me cambió, me maduró. Descubrí que lo que fuera, tendría que descubrirlo por mí mismo y que, por tanto, yo sería el responsable de lo aprendido y, sobre todo, de lo que desaprovechara. Lo intenté con otras lecturas de Hess… pero ya no fue lo mismo.
No me avergüenza admitir que, de forma paralela, en mi adolescencia leí repetidas veces (cada vez que me dejaba una novia) Love Story.
Después pasé a Heminway. En ¿Por quién doblan las campana?, descubrí que tras la GRAN historia que te enseñaban en el colegio/instituto, se escondía una historia íntima, pequeña y más real. También descubrí que era necesario que hubiese alguien que recogiera y contara estas pequeñas historias.
En mis primeros años de carrera me hice con “La Ciudadela”. Cronin me enseñó el modelo de profesional que quería ser o, al menos, al que quería parecerme (el de referencia), al que debía perseguir. Por esas fechas también leí un libro del que todavía recuerdo frases. Una Oriana Fallaci, dura, reflexiva, objetiva, nos presentaba en "Nada y así sea" la guerra de Vietnam desde una perspectiva humana, lejos de lo que, en aquellos tiempos, nos había mostrado el cine.
A lo largo de los años he ido leyendo otros libros, cada vez más profesionales, más técnicos. El número de lecturas al año ha ido menguando por falta de tiempo y “como la van a poner en la Tele…”.
Si queréis conocerme, mirad en mis estanterías. Una advertencia, a más usado, subrayado, deteriorado que esté el libro, más es parte de mí.
¿Qué libros eres tú?.



miércoles, 13 de agosto de 2014

Plan de autoprotección ante terremotos II

En mi anterior entrada sobre el tema intenté crear expectación y una respuesta activa (búsqueda de información y respuesta a las cuestiones propuestas). Ahora doy algunas respuestas a las interrogantes planteadas. Pero es de suma importancia que se lleven a cabo las recomendaciones.
Lo primero que debe saber es que un terremoto es un acontecimiento no predecible, así que no haga caso a los profanos en la materia que usan las redes sociales para predecir y alarmar.
RECOMENDACIONES ANTES, DURANTE Y DESPUÉS DE UN TERREMOTO
Desarrolle una conciencia de autoprotección-prevención para protegerse en todo tiempo y lugar (teatros, estadios, cines, restaurantes, centros comerciales, iglesias, grandes tiendas, salones, entre otras). Estudie el área minuciosamente para determinar dónde se protegerá en caso de ocurrir un terremoto y dónde se encuentran las salidas de emergencias, así como los medios de protección (extintores, mangueras, puertas antiincendios).
ANTES:
Conozca cuáles son las zonas más seguras de cada habitación de su casa o del lugar de trabajo.
Prepare un pequeño botiquín, una linterna, un silbato…. Y téngalo ubicado n un lugar conocido y lo más accesible (sería recomendable tener este material en cada habitación y cerca de la cama).
Comente todos los aspectos de este documento con su familia y, si es posible, con sus vecinos. Cuantos más sepan autoprotegerse, mayos será la protección colectiva.
Localice las llaves de paso y pruebe a cerrarlas. Haga lo mismo con el cuadro de electricidad y con la llave del gas (no está demás que se los enseñe al resto de miembros familiares. Haga los mismo en su lugar de trabajo.
Localice los extintores de su edificio y, si le es posible, aprenda a utilizarlos.
DURANTE:
Protéjase de cualquier objeto que le pueda golpear o cortar al caer (para ello sírvase de objetos como bandejas, carteras, un libro grande para poner sobre la cabeza y/o desplácese a la zona más segura de su habitación que ya eligió en el periodo previo al terremoto.
Ubíquese debajo de mesas, escritorios, camas, o resguárdese en un lugar resistente de la edificación. También se habla del “triángulo de la vida” son espacios junto a la mesa, respaldo del sofá, lado de la cama… donde se permanece en posición fetal. En caso de caída de planchas del techo, el objeto que tenemos a nuestro lado se convertiría en un lado de un triangulo formado por el objeto, el suelo y la plancha. Esta zona quedaría libre y te permitiría sobrevivir.
Aléjese de ventanas, espejos, vitrinas y puertas de vidrio.
Si el edificio es de varios pisos colóquese contra una pared interior y protéjase la cabeza con los brazos. Alejase de los balcones. Y utilice el lugar más seguro para su autoprotección.
DESPUÉS:
Sólo use las escaleras, porque puede quedar atrapado en los ascensores.
Aléjese de edificaciones, paredes, postes, árboles, cables eléctricos y otros elementos que puedan caer, también del mar porque pueden ocurrir grandes marejadas.
Cuando salga del edificio, aléjese de él y busque una zona diáfana. Antes de salir del edificio cerciórese de que no están cayendo cascotes. Después de salir del edificio, no vuelva a entrar por ningún motivo.
Si está en su vehículo deténgalo inmediatamente permaneciendo en él, lo mismo si está en un vehículo lleno de pasajeros.
Interrumpa los servicios de gas, agua y electricidad (los habrá localizado previamente).
No encienda fósforos, velas ni mecheros, porque de haber ruptura de la tubería de gas puede provocar una explosión. Si se producen incendios apáguelos si no ponen en peligro su vida ni la de ningún miembro de su familia. Para ello use los extintores y/o mangueras disponibles. Si no cuenta con ellos, use algún “medio de fortuna” como una manta o sábana mojada, cubo con agua, arena…
Encienda la radio de baterías para escuchar las recomendaciones de las autoridades y no haga caso de todo lo que le llega por las redes sociales o por el boca a boca.


Si tiene que andar sobre los escombros preste atención a lo que pisa y tenga cuidado al moverlos porque pueden estar soportando estructuras que se pueden caer.

lunes, 11 de agosto de 2014

Plan de autoprotección ante terremotos

Como muchos sabréis soy miembro del GIPEC de Melilla (Grupo de Apoyo Psicológico en Emergencias y Catástrofes). Desde este grupo abogamos por la cultura de la autoprotección. Por ello os presento unas cuestiones sobre las que debéis reflexionar y realizar algunas acciones (ponerla en práctica, buscar información, etc...) que, llegado el caso, os pueden salvar la vida.

Tómate las preguntas como un autocheking y, si no sabes la respuesta o no cuentas con lo que se sugiere, corrígelo y hazlo. 

PLAN DE AUTOPROTECCIÓN ANTE TERREMOTOS.
En caso de que se produzca un terremoto, ¿Cuál crees que es el lugar más seguro en tu casa/en tu trabajo?

¿Tienes un botiquín en tu casa/en tu trabajo?, ¿Dónde está?

¿Tienes linterna en tu casa/en tu trabajo?, ¿Dónde está?

¿Tienes una radio de pilas en casa?

¿Sabes dónde están situados los extintores en tu edificio/tu trabajo?, ¿Sabes utilizarlos?, ¿Lo has utilizado alguna vez?

Haz una lista de los objetos pesados que hay, por ejemplo, en tu salón y determina si podrían ser peligrosos en caso de terremoto.

Localiza las llaves de paso del agua, del gas y el cuadro de conmutadores de la electricidad en tu casa/en tu trabajo. Anótalo.

¿Sabes las profesiones /habilidades de tus vecinos?, ¿Hay algún médico, bombero, etc.?

¿Tienes a mano el número de teléfono del hospital, centro de salud, colegio/guardería (en caso de tener hijos), centro de trabajo de tu pareja…?

Propón un lugar en cada habitación de tu casa y en el puesto de trabajo dónde protegerte de objetos que puedan golpearte.

En caso de posible tsunami en su ciudad, ¿está tu casa/trabajo en zona de riesgo de inundación?, ¿qué zona de la ciudad sería la más segura n ese caso?


Propón a tus familiares un lugar de encuentro en caso de terremoto que sea seguro ante derrumbamiento y/o réplicas.

miércoles, 2 de julio de 2014

Me llamo Alcántara 10 y estoy en tierras africanas


No fui ni más valiente, ni más cobarde que el resto de mis compañeros. Pasé el mismo miedo y miré, como les gustaba decir a nuestros mandos, de cara a la muerte.
No me sacrifiqué, como dijo el Teniente Coronel Primo de Rivera, nuestro Jefe, nuestro compañero, por la Patria. Lo hice por los soldados españoles que huían despavoridos desde Ababda, Ain Kert, Azib de Midar, Cheif, Karra Midar y Tafersit y otros nombres que quedarán en el olvido, como el de todos nosotros que un 23 de julio quedamos tendidos en el camino hacia Drius o Monte Arruit.
La garganta reseca, el rostro cubierto por el polvo ocre de esta ingrata tierra, el sol aplastándote, sujetando las riendas con fuerza para luchar más contra el miedo y la certidumbre de la muerte que contra un enemigo oculto y traidor.
Se discutirá en la posteridad si fuimos colonizadores, incluso invasores, si reprimimos o explotamos a los habitantes de este Rif. ¿Nosotros, soldados que llegamos hasta aquí años atrás como quintos, atravesando un mar que nos pareció inacabable?, ¿nosotros que dejamos familia e ilusiones?.
Se discutirá desde salones, aulas y despachos, pero bastaría con que se hubiese vivido un minuto de nuestro miedo, nuestros valores, nuestro honor, bajo aquel sol, oyendo los “pacos” y el silbido de los proyectiles, con que hubiesen visto el terror en los ojos del compañero que avanza al galope a tu lado, sable en mano, buscando en tu mirada que le digas que no va  a pasar nada… bastaría con eso para callar todas esas voces.
Osorio, un valenciano de Onteniente, zapatero como su padre, ya me lo había dicho aquella mañana: “Maño, hoy no vemos ponerse el sol y, aquel que lo vea, no sé si será peor”.
No, no vimos ocultarse el sol ni caer la noche. Osorio calló de los primeros, apenas pude ver como intentaba incorporarse del suelo tras caer de su montura, empujado por el puño invisible de una bala que destrozó su pecho, y volver a caer, como un harapo. .. yo resistí algo más, la hora me llegó cuando ayudaba a los pobres de Tafersit, mientras cargaba sobre la fusilería. Cabalgaba sobre mi “Acalorado”, espoleándole, haciéndole sangrar por la nariz. ¡Qué valiente caballo!
Recordé a mis padres y a aquella joven a la que me había prometido y a la que, al enterarme que me había tocado África, le pedí que me olvidara. ¿Me habría olvidado?
Yo seguí la montura de mi teniente, otro valiente cuyo nombre tampoco se recordará y que dibujaba una medio sonrisa mientras nos aseguraba “lo peor ya ha pasado”.
A veces, me invadía la sed, pero miraba a los soldados de los distintos blocaos de Annual, que habían resistido los días anteriores bebiéndose sus propios orines, y volvía a pensar en cumplir con la tarea que se nos había encomendado. Seguramente ese destino lo habían decidido alguien desde muy lejos, sentado tras una mesa, alguien para el que Igueriben no era más que una zona de un gran mapa.
Fue un largo día, un día de despedidas, de coger la mano del compañero moribundo, de aguantar las lagrimas, de abandonar los cuerpos mientras huíamos.
Cubrir la retirada de 5000 almas perdidas, sin esperanza. ¡Qué miedo pasamos, pero cuántas veces volveríamos a hacerlo por ese capitán que cabalgó a nuestro lado, codo con codo, por nuestro cabo, que sabía leer y escribir, por nuestro amigo, compañero de reemplazo. Ellos eran la Patria.
Yo vi las ambulancias y lo que parecían cuerpos en el río Igan. Y volví a cargar sobre el enemigo.
A esas alturas me costaba reconocer a algunos de mis compañeros de la Unidad pues sus rostros desencajados, mezcla de miedo, rabia y determinación, se ocultaban tras un barro formado por la sangre, la propia y la del enemigo, y el polvo seco levantado en el galope. ¡Maldito polvo!
Mi cabeza no descansaba, volvían las imágenes, me arrepentía de lo que había hecho y, a la vez, deseaba volver a hacerlo.
¡qué lejos quedaba mi casa!, allí en un pueblo aragonés donde nunca se había oído hablar de una ciudad situada en el Norte de África, Melilla.
Yo vi Drius, en la lejanía, tomada por las tribus rebeldes, incendiada. Puede que fuese aquella visón (lo que se veía y lo que se adivinaba) lo que me hizo recordar las palabras de Osorio “Hoy no vemos ponerse el sol”.
Miré a mis oficiales, compañeros en la fortuna, ejemplos de valentía. Miré a los menguantes jinetes que quedábamos. Miradas perdidas, agotados, sangrando, con la respiración entrecortada. Miré sus caballos ajenos quizás. ¡Qué orgulloso me sentía de ellos! No hubiese querido estar en ningún otro lugar, no hubiese querido morir con otros.
Nadie dudó cuando nuestros oficiales dieron la orden de una última carga. “Es hora de sacrificarse por la Patria”.
Cuando ya crees no poder más, cuando tu razón te dice que abandones, que qué se te ha perdido en aquellas tierras, que para quién derramas tu sangre, vuelves a mirar a tus oficiales, tus compañeros, sus caballos, los soldados que huyen de Drius o Monte Arruit, confiando sus vidas a tu valor, y tu postura se yergue, afianzas las riendas, aprietas la empuñadura de tu “Puerto Seguro” y espoleas una vez más a tu derrotada montura.
Una lágrima de certeza se escapa. Tragas saliva, los dientes se aprietan unos contra otros.
La muerte y la valentía iguala a Jefes, Oficiales y Tropa. No sientes miedo, sientes dolor, decepción, te preguntas por qué, te niegas a sucumbir y, finalmente, recuerdas el rostro de una joven a la que pediste que te olvidara. Otros con su último aliento, llaman a sus madres.
Mi nombre se borrará como la sangre que dejé en este suelo. Nadie nos recordará. Algunos, incluso, se avergonzarán de nuestros actos.
No luché para ellos, ni para un rey, ni para una nación. Si no lo entendéis, no merecéis que pierda el tiempo en explicároslo.
Cuando la pena nos alcanza
Del compañero perdido,
Cuando el adiós dolorido
Busca en la fe su esperanza
…………………………………
Ya le has devuelto a la vida
Ya le has llevado a la luz.

Tardamos 91 años en reconocer esta gesta y aún hay quien dibuja una sonrisa irónica cuando alguien se enorgullece de ello. Me pregunto cuantas películas sobre estos hechos hubieran hechos los americanos si el Regimiento hubiese sido suyo. No conozco sus nombres, pero he querido ponerme en la piel de aquellos jóvenes en aquel día. Imposible misión. Sirva de homenaje y reconocimiento.


lunes, 23 de junio de 2014

Perdedores y vencidos

"Si los muertos pudieran hablar, no habría más guerra." Heinrich Böll.
Pero los muertos no tienen voz. Acabamos de inaugurar nuevo monarca. Un monarca para el futuro, les guste a unos más que a otros. Se abre una nueva etapa, una oportunidad para soltar amarras que nos atan al pasado, pero sin olvidar, sin dejar de aprender de él. Dejemos de usar (mal usar) nuestra Guerra Civil como unidad de medida que se estira o encoge a voluntad, a capricho del medidor.
Dejemos de usarla como arma arrojadiza, de ver la paja en el ojo ajeno, seamos sinceros con nosotros mismos, seamos críticos con nuestro endogrupo y entonces, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra y, si no, reconozcamos que todos tuvimos la culpa, que todos realizamos actos de los que avergonzarnos, aprendamos de ellos y sigamos adelante, como pueblo, como único pueblo que acepta, por primera vez en nuestra historia, al vecino con sus diferencias, como otro español de pleno derecho, sin descalificarlo, sin sentirnos en posesión de la verdad o, peor aún, creyéndonos libres de la culpa. Seamos grandes.
Porque, mientras discutimos sobre quién tuvo la culpa, nuestros muertos, los de todos, gritan en su impuesto silencio que aprendamos de nuestros errores.
Herodoto, mucho antes que nosotros ya nos advirtió de una consecuencia en la que parece que no llegamos a pensar. “En la paz, los hijos entierran a los padres; la guerra altera el orden de la naturaleza y hace que los padres entierren a sus hijos”. Esa es la máxima que siempre deberíamos tener presente.
¿Quién ganó esa guerra? o mejor ¿quién no la perdió? ¿La ganaron a caso los “triunfadores”?, ¿los supervivientes que vivieron temerosos, asustados, recordando las masacres, los crímenes e injusticias de ambos bandos?
Ganó el fascismo y durante los años del franquismo nos hicieron creer que eran los buenos, a los que Dios acompañaba, los que, con la gracia de Dios, habían vencido a los rojos, comunistas, masones, poco más o menos que diablos. Nos vendieron que nos habían salvado, nos habían liberado. Escribieron unos libros de historia donde se olvidaron de parte de ella y al resto lo pintaron de un color. Llegó la democracia y se cambió el discurso 180 grados. Ahora los de izquierda eran las víctimas y los golpistas, los franquistas, eran los asesinos, los malos. Escribieron unos libros de historia donde se olvidaron de parte de ella y al resto lo pintaron de un color. 
Si fuésemos inteligentes y tuviésemos historiadores ecuánimes, que no se movieran por modas o por ideologías, llegaríamos a aceptar que todos fuimos víctimas, todos fuimos verdugos. Perdió el fusilado en una cuneta por un fusil, por una bala de qué importa el color. Perdió el joven lleno de proyectos que, dejando a la mujer amada, partió al frente cantando una canción para no oír su miedo y no volvió, truncándose todos sus sueños. Perdió la madre cuyos brazos quedaron vacíos por el hambre o la enfermedad. Perdió el hijo que no conoció a sus padres. Perdieron las familias divididas de forma aleatoria por el lugar geográfico en el que vivían. Perdió el maestro que iba viendo menguar su clase y el alumno cuyo maestro desapareció una noche. Perdió la joven violada. Perdieron, sobre todo, los que sobrevivieron pasando el resto de sus vidas avergonzados, acobardados, lejos de sus casas, de su patria/país/nación, los que pasaron el resto de sus vidas llevando flores al cementerio y hablando a una lápida que no les respondía. Los muertos, recordemos, no pueden hablar. Perdimos todos. La sangre de la herida era la misma, las lágrimas igual de saladas, el temblor por el miedo, indistinto.
Sólo ganaron los cobardes, los que empujaron a los demás. Los demás, lo mejor de nuestra sociedad, los que tenían ideales, los que estaban dispuestos a morir por ellos, perdieron. Ganaron, en uno y otro bando, los que arengaban desde atrás, en la distancia, sin “mojarse”, sin tener la certeza de que iban a morir. Morir en la creencia que lo hacían por una causa justa, por un mañana mejor.
André Malraux dijo: "He aprendido que una vida no vale nada, pero también que nada vale una vida". Es posible que existan ideales en el mundo por los que merezca la vida vivir y, en último caso, morir, pero la pregunta debe ser ¿muero por lo que merece la pena?
Pero este pueblo es muy dado a olvidar. Sobre todo a olvidar el horror y a creerse en posesión de la verdad. Una verdad sobre la que vuelve a destruirse las vidas de muchos valientes, de muchos inocentes, de nuestros padres, nuestros hijos, de nosotros mismos. Pero recordemos que cuando hayamos muerto, no podremos hablar.

sábado, 21 de junio de 2014

Centuriones

Dicen que a los centuriones se les alababa y aclamaba en época de guerra y se les despreciaba en la Paz.

Estimados blogueros:
Suelo leer, a través de este medio, opiniones que se hacen sobre los militares y los Cuerpos de Seguridad del Estado (CSE). A veces, me asombro por cómo vertemos opiniones al respecto como si se tratase de un uniforme carente de un uniformado. Olvidamos que somos nosotros los que ponemos a esos profesionales donde están y para lo que están, que nadie se niega a ser rescatado por esos mismos uniformes si un día se encuentra en serias dificultades, si espera en el tejado de su casa tras unas inundaciones, si está siendo atracado o si, Dios nos libre, fuésemos atacados por otro país. Pero, ya se sabe que nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena. Y en nuestro caso es peor, pues nos acordamos para mal.
A veces, aparece la noticia de que un policía, un militar o un guardia civil, incluso sin estar de servicio, se pone en peligro para salvar a alguien. En estos casos, a los mismos que unos días atrás han criticado una actuación de estas fuerzas de seguridad, no se les ocurre felicitar por la buena acción. Es más, cuando no se está de acuerdo con alguna acción protagonizada por los CSE se suele hablar de ellos en plural o como grupo (la guardia civil…, los militares…, los policías….) mientras que cuando la noticia es digna de elogio, lo hacemos en singular (el guardia civil tal, tal militar, cual policía…).
Sí es cierto que, de vez en cuando, alguien sale a defender o a felicitar a estos profesionales. Entonces se le tacha de …
Yo quiero hacer un reconocimiento a estas personas y a los cuerpos que representan, porque, no olvidemos, bajo ese uniforme se encuentra a un marido, a una hija, al vecino, al joven que con espíritu de sacrificio se ha preparado y aprobado unas oposiciones. Y digo con espíritu de sacrificio porque los que quieren ser de estos cuerpos lo hacen por vocación (no creo que lo hagan por la paga, pues hay mejores y más sencillas formas de tener un mejor sueldo).
Mi reconocimiento no se basa en mis opiniones, se basa en comportamientos que he visto o me han contado. Y para muestra, un botón (o tres).
El primer botón es una leyenda urbana que creo es, con matices, cierta. Cuando el depósito de agua de Melilla se fracturó y desgraciadamente sufrimos aquella catástrofe, me contaron (yo realizaba apoyo psicológico a los afectados) que un legionario que salía de paseo de su cuartel de Cabreriza, al ver a militares escavando el lo que fue la barriada afectada, se presentó a un mando ofreciéndose para lo que hiciera falta. Se cuenta que el mando le dio una pala y le pidió que se pusiese a escavar. Ya había oscurecido cuando se rescató a la última víctima. Entonces alguien recayó en una figura que seguía escavando. Era aquel legionario que sacrificó sus horas de paseo para ayudar en el rescate y que, olvidado por todos, no había cesado en su empeño.
El segundo botón tiene nombre, me perdonará mi amigo Paco Hermida (que como los de su “especie” prefiere quedar en el anonimato) que lo ponga de ejemplo. Hace unos años me llamó de urgencia para que le ayudara con los familiares de una suicida. Además de sorprenderme con otras acciones, mi mayor sorpresa llegó cuando lo escuché compaginar el oficial y obligatorio “interrogatorio” para obtener información del familiar de la víctima con el apoyo y las muestras de empatía y respeto. Yo, que llevo años enseñando las habilidades de comunicación en estos casos, no he encontrado ejemplo mejor sobre su puesta en práctica.
Mi último botón (habría muchos más) se dio en el hospital en otro caso de suicidio en el que acompañé a los familiares a “despedirse” de su hijo, joven Guardia Civil, que permanecía (muerte cerebral) en la UCI. Fortuitamente acababan de llegar a Melilla para otros menesteres dos Generales de este Cuerpo. Cuando salí de la UCI con los familiares, me encontré que en el pasillo esperaban estos dos mandos juntos con otros y compañeros del fallecido. Habían cambiado su agenda para acercarse a dar el pésame de la forma más íntima posible, sin publicidad, sin medios de comunicación que recogieran el detalle… demostrando que lo sentían de verdad. A ello hay que sumar cómo la madre del joven fallecido fue abrazada por los compañeros de éste. Eso compañeros que vienen a hacer cumplir en nuestras fronteras las leyes que nosotros hemos aceptados como pueblo soberano.
No quiero dejar de nombrar a personajes más conocidos como el cabo Ferrón o al policía que recientemente se tiró a las vías del metro en Madrid para salvar a una persona ebria que de seguro habría sido arrollada por el tren (por cierto, algún… le robó la mochila) o a nuestro policía nacional Hassan Mohatar que fuera de servicio ha salvado a dos menores.

Yo veo uniformes y también veo personas, veo actos buenos y malos como en todos los estamentos y en todas las profesiones. Y como un día puede ser que los necesite, vaya mi agradecimiento y mi respeto por adelantado.
P.D.: Lo que acabo de defender en los CSE podríamos hacerlo con maestros, médicos, funcionarios (léase también en femenino)...
Publicado en: http://www.luzdemelilla.es/index.php/semanario-la-luz/opinion-luz-de-melilla/item/1496-juan-manuel-centuriores