No fui ni más valiente, ni más
cobarde que el resto de mis compañeros. Pasé el mismo miedo y miré, como les
gustaba decir a nuestros mandos, de cara a la muerte.
No me sacrifiqué, como dijo el
Teniente Coronel Primo de Rivera, nuestro Jefe, nuestro compañero, por la
Patria. Lo hice por los soldados españoles que huían despavoridos desde Ababda, Ain Kert, Azib de Midar, Cheif, Karra Midar y
Tafersit y otros nombres
que quedarán en el olvido, como el de todos nosotros que un 23 de julio
quedamos tendidos en el camino hacia Drius o Monte Arruit.
La garganta reseca, el rostro
cubierto por el polvo ocre de esta ingrata tierra, el sol aplastándote, sujetando
las riendas con fuerza para luchar más contra el miedo y la certidumbre de la
muerte que contra un enemigo oculto y traidor.
Se discutirá en la posteridad
si fuimos colonizadores, incluso invasores, si reprimimos o explotamos a los
habitantes de este Rif. ¿Nosotros, soldados que llegamos hasta aquí años atrás
como quintos, atravesando un mar que nos pareció inacabable?, ¿nosotros que
dejamos familia e ilusiones?.
Se discutirá desde salones,
aulas y despachos, pero bastaría con que se hubiese vivido un minuto de nuestro
miedo, nuestros valores, nuestro honor, bajo aquel sol, oyendo los “pacos” y el
silbido de los proyectiles, con que hubiesen visto el terror en los ojos del
compañero que avanza al galope a tu lado, sable en mano, buscando en tu mirada
que le digas que no va a pasar nada…
bastaría con eso para callar todas esas voces.
Osorio, un valenciano de
Onteniente, zapatero como su padre, ya me lo había dicho aquella mañana: “Maño,
hoy no vemos ponerse el sol y, aquel que lo vea, no sé si será peor”.
No, no vimos ocultarse el sol
ni caer la noche. Osorio calló de los primeros, apenas pude ver como intentaba
incorporarse del suelo tras caer de su montura, empujado por el puño invisible
de una bala que destrozó su pecho, y volver a caer, como un harapo. .. yo
resistí algo más, la hora me llegó cuando ayudaba a los pobres de Tafersit,
mientras cargaba sobre la fusilería. Cabalgaba sobre mi “Acalorado”,
espoleándole, haciéndole sangrar por la nariz. ¡Qué valiente caballo!
Recordé a mis padres y a
aquella joven a la que me había prometido y a la que, al enterarme que me había
tocado África, le pedí que me olvidara. ¿Me habría olvidado?
Yo seguí la montura de mi
teniente, otro valiente cuyo nombre tampoco se recordará y que dibujaba una
medio sonrisa mientras nos aseguraba “lo peor ya ha pasado”.
A veces, me invadía la sed,
pero miraba a los soldados de los distintos blocaos de Annual, que habían
resistido los días anteriores bebiéndose sus propios orines, y volvía a pensar
en cumplir con la tarea que se nos había encomendado. Seguramente ese destino lo
habían decidido alguien desde muy lejos, sentado tras una mesa, alguien para el
que Igueriben no era más que una zona de un gran mapa.
Fue un largo día, un día de
despedidas, de coger la mano del compañero moribundo, de aguantar las lagrimas,
de abandonar los cuerpos mientras huíamos.
Cubrir la retirada de 5000
almas perdidas, sin esperanza. ¡Qué miedo pasamos, pero cuántas veces
volveríamos a hacerlo por ese capitán que cabalgó a nuestro lado, codo con
codo, por nuestro cabo, que sabía leer y escribir, por nuestro amigo, compañero
de reemplazo. Ellos eran la Patria.
Yo vi las ambulancias y lo que
parecían cuerpos en el río Igan. Y volví a cargar sobre el enemigo.
A esas alturas me costaba
reconocer a algunos de mis compañeros de la Unidad pues sus rostros
desencajados, mezcla de miedo, rabia y determinación, se ocultaban tras un barro
formado por la sangre, la propia y la del enemigo, y el polvo seco levantado en
el galope. ¡Maldito polvo!
Mi cabeza no descansaba,
volvían las imágenes, me arrepentía de lo que había hecho y, a la vez, deseaba
volver a hacerlo.
¡qué lejos quedaba mi casa!,
allí en un pueblo aragonés donde nunca se había oído hablar de una ciudad
situada en el Norte de África, Melilla.
Yo vi Drius, en la lejanía,
tomada por las tribus rebeldes, incendiada. Puede que fuese aquella visón (lo
que se veía y lo que se adivinaba) lo que me hizo recordar las palabras de
Osorio “Hoy no vemos ponerse el sol”.
Miré a mis oficiales,
compañeros en la fortuna, ejemplos de valentía. Miré a los menguantes jinetes
que quedábamos. Miradas perdidas, agotados, sangrando, con la respiración entrecortada.
Miré sus caballos ajenos quizás. ¡Qué orgulloso me sentía de ellos! No hubiese
querido estar en ningún otro lugar, no hubiese querido morir con otros.
Nadie dudó cuando nuestros
oficiales dieron la orden de una última carga. “Es hora de sacrificarse por la Patria”.
Cuando ya crees no poder más,
cuando tu razón te dice que abandones, que qué se te ha perdido en aquellas
tierras, que para quién derramas tu sangre, vuelves a mirar a tus oficiales,
tus compañeros, sus caballos, los soldados que huyen de Drius o Monte Arruit,
confiando sus vidas a tu valor, y tu postura se yergue, afianzas las riendas,
aprietas la empuñadura de tu “Puerto Seguro” y espoleas una vez más a tu
derrotada montura.
Una lágrima de certeza se
escapa. Tragas saliva, los dientes se aprietan unos contra otros.
La muerte y la valentía iguala
a Jefes, Oficiales y Tropa. No sientes miedo, sientes dolor, decepción, te
preguntas por qué, te niegas a sucumbir y, finalmente, recuerdas el rostro de
una joven a la que pediste que te olvidara. Otros con su último aliento, llaman
a sus madres.
Mi nombre se borrará como la
sangre que dejé en este suelo. Nadie nos recordará. Algunos, incluso, se
avergonzarán de nuestros actos.
No luché para ellos, ni para un
rey, ni para una nación. Si no lo
entendéis, no merecéis que pierda el tiempo en explicároslo.
Cuando la pena nos alcanza
Del compañero perdido,
Cuando el adiós dolorido
Busca en la fe su esperanza
…………………………………
Ya le has devuelto a la vida
Ya le has llevado a la luz.
Tardamos 91 años en reconocer
esta gesta y aún hay quien dibuja una sonrisa irónica cuando alguien se enorgullece
de ello. Me pregunto cuantas películas sobre estos hechos hubieran hechos los
americanos si el Regimiento hubiese sido suyo. No conozco sus nombres, pero he
querido ponerme en la piel de aquellos jóvenes en aquel día. Imposible misión.
Sirva de homenaje y reconocimiento.