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lunes, 23 de junio de 2014

Perdedores y vencidos

"Si los muertos pudieran hablar, no habría más guerra." Heinrich Böll.
Pero los muertos no tienen voz. Acabamos de inaugurar nuevo monarca. Un monarca para el futuro, les guste a unos más que a otros. Se abre una nueva etapa, una oportunidad para soltar amarras que nos atan al pasado, pero sin olvidar, sin dejar de aprender de él. Dejemos de usar (mal usar) nuestra Guerra Civil como unidad de medida que se estira o encoge a voluntad, a capricho del medidor.
Dejemos de usarla como arma arrojadiza, de ver la paja en el ojo ajeno, seamos sinceros con nosotros mismos, seamos críticos con nuestro endogrupo y entonces, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra y, si no, reconozcamos que todos tuvimos la culpa, que todos realizamos actos de los que avergonzarnos, aprendamos de ellos y sigamos adelante, como pueblo, como único pueblo que acepta, por primera vez en nuestra historia, al vecino con sus diferencias, como otro español de pleno derecho, sin descalificarlo, sin sentirnos en posesión de la verdad o, peor aún, creyéndonos libres de la culpa. Seamos grandes.
Porque, mientras discutimos sobre quién tuvo la culpa, nuestros muertos, los de todos, gritan en su impuesto silencio que aprendamos de nuestros errores.
Herodoto, mucho antes que nosotros ya nos advirtió de una consecuencia en la que parece que no llegamos a pensar. “En la paz, los hijos entierran a los padres; la guerra altera el orden de la naturaleza y hace que los padres entierren a sus hijos”. Esa es la máxima que siempre deberíamos tener presente.
¿Quién ganó esa guerra? o mejor ¿quién no la perdió? ¿La ganaron a caso los “triunfadores”?, ¿los supervivientes que vivieron temerosos, asustados, recordando las masacres, los crímenes e injusticias de ambos bandos?
Ganó el fascismo y durante los años del franquismo nos hicieron creer que eran los buenos, a los que Dios acompañaba, los que, con la gracia de Dios, habían vencido a los rojos, comunistas, masones, poco más o menos que diablos. Nos vendieron que nos habían salvado, nos habían liberado. Escribieron unos libros de historia donde se olvidaron de parte de ella y al resto lo pintaron de un color. Llegó la democracia y se cambió el discurso 180 grados. Ahora los de izquierda eran las víctimas y los golpistas, los franquistas, eran los asesinos, los malos. Escribieron unos libros de historia donde se olvidaron de parte de ella y al resto lo pintaron de un color. 
Si fuésemos inteligentes y tuviésemos historiadores ecuánimes, que no se movieran por modas o por ideologías, llegaríamos a aceptar que todos fuimos víctimas, todos fuimos verdugos. Perdió el fusilado en una cuneta por un fusil, por una bala de qué importa el color. Perdió el joven lleno de proyectos que, dejando a la mujer amada, partió al frente cantando una canción para no oír su miedo y no volvió, truncándose todos sus sueños. Perdió la madre cuyos brazos quedaron vacíos por el hambre o la enfermedad. Perdió el hijo que no conoció a sus padres. Perdieron las familias divididas de forma aleatoria por el lugar geográfico en el que vivían. Perdió el maestro que iba viendo menguar su clase y el alumno cuyo maestro desapareció una noche. Perdió la joven violada. Perdieron, sobre todo, los que sobrevivieron pasando el resto de sus vidas avergonzados, acobardados, lejos de sus casas, de su patria/país/nación, los que pasaron el resto de sus vidas llevando flores al cementerio y hablando a una lápida que no les respondía. Los muertos, recordemos, no pueden hablar. Perdimos todos. La sangre de la herida era la misma, las lágrimas igual de saladas, el temblor por el miedo, indistinto.
Sólo ganaron los cobardes, los que empujaron a los demás. Los demás, lo mejor de nuestra sociedad, los que tenían ideales, los que estaban dispuestos a morir por ellos, perdieron. Ganaron, en uno y otro bando, los que arengaban desde atrás, en la distancia, sin “mojarse”, sin tener la certeza de que iban a morir. Morir en la creencia que lo hacían por una causa justa, por un mañana mejor.
André Malraux dijo: "He aprendido que una vida no vale nada, pero también que nada vale una vida". Es posible que existan ideales en el mundo por los que merezca la vida vivir y, en último caso, morir, pero la pregunta debe ser ¿muero por lo que merece la pena?
Pero este pueblo es muy dado a olvidar. Sobre todo a olvidar el horror y a creerse en posesión de la verdad. Una verdad sobre la que vuelve a destruirse las vidas de muchos valientes, de muchos inocentes, de nuestros padres, nuestros hijos, de nosotros mismos. Pero recordemos que cuando hayamos muerto, no podremos hablar.

sábado, 21 de junio de 2014

Centuriones

Dicen que a los centuriones se les alababa y aclamaba en época de guerra y se les despreciaba en la Paz.

Estimados blogueros:
Suelo leer, a través de este medio, opiniones que se hacen sobre los militares y los Cuerpos de Seguridad del Estado (CSE). A veces, me asombro por cómo vertemos opiniones al respecto como si se tratase de un uniforme carente de un uniformado. Olvidamos que somos nosotros los que ponemos a esos profesionales donde están y para lo que están, que nadie se niega a ser rescatado por esos mismos uniformes si un día se encuentra en serias dificultades, si espera en el tejado de su casa tras unas inundaciones, si está siendo atracado o si, Dios nos libre, fuésemos atacados por otro país. Pero, ya se sabe que nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena. Y en nuestro caso es peor, pues nos acordamos para mal.
A veces, aparece la noticia de que un policía, un militar o un guardia civil, incluso sin estar de servicio, se pone en peligro para salvar a alguien. En estos casos, a los mismos que unos días atrás han criticado una actuación de estas fuerzas de seguridad, no se les ocurre felicitar por la buena acción. Es más, cuando no se está de acuerdo con alguna acción protagonizada por los CSE se suele hablar de ellos en plural o como grupo (la guardia civil…, los militares…, los policías….) mientras que cuando la noticia es digna de elogio, lo hacemos en singular (el guardia civil tal, tal militar, cual policía…).
Sí es cierto que, de vez en cuando, alguien sale a defender o a felicitar a estos profesionales. Entonces se le tacha de …
Yo quiero hacer un reconocimiento a estas personas y a los cuerpos que representan, porque, no olvidemos, bajo ese uniforme se encuentra a un marido, a una hija, al vecino, al joven que con espíritu de sacrificio se ha preparado y aprobado unas oposiciones. Y digo con espíritu de sacrificio porque los que quieren ser de estos cuerpos lo hacen por vocación (no creo que lo hagan por la paga, pues hay mejores y más sencillas formas de tener un mejor sueldo).
Mi reconocimiento no se basa en mis opiniones, se basa en comportamientos que he visto o me han contado. Y para muestra, un botón (o tres).
El primer botón es una leyenda urbana que creo es, con matices, cierta. Cuando el depósito de agua de Melilla se fracturó y desgraciadamente sufrimos aquella catástrofe, me contaron (yo realizaba apoyo psicológico a los afectados) que un legionario que salía de paseo de su cuartel de Cabreriza, al ver a militares escavando el lo que fue la barriada afectada, se presentó a un mando ofreciéndose para lo que hiciera falta. Se cuenta que el mando le dio una pala y le pidió que se pusiese a escavar. Ya había oscurecido cuando se rescató a la última víctima. Entonces alguien recayó en una figura que seguía escavando. Era aquel legionario que sacrificó sus horas de paseo para ayudar en el rescate y que, olvidado por todos, no había cesado en su empeño.
El segundo botón tiene nombre, me perdonará mi amigo Paco Hermida (que como los de su “especie” prefiere quedar en el anonimato) que lo ponga de ejemplo. Hace unos años me llamó de urgencia para que le ayudara con los familiares de una suicida. Además de sorprenderme con otras acciones, mi mayor sorpresa llegó cuando lo escuché compaginar el oficial y obligatorio “interrogatorio” para obtener información del familiar de la víctima con el apoyo y las muestras de empatía y respeto. Yo, que llevo años enseñando las habilidades de comunicación en estos casos, no he encontrado ejemplo mejor sobre su puesta en práctica.
Mi último botón (habría muchos más) se dio en el hospital en otro caso de suicidio en el que acompañé a los familiares a “despedirse” de su hijo, joven Guardia Civil, que permanecía (muerte cerebral) en la UCI. Fortuitamente acababan de llegar a Melilla para otros menesteres dos Generales de este Cuerpo. Cuando salí de la UCI con los familiares, me encontré que en el pasillo esperaban estos dos mandos juntos con otros y compañeros del fallecido. Habían cambiado su agenda para acercarse a dar el pésame de la forma más íntima posible, sin publicidad, sin medios de comunicación que recogieran el detalle… demostrando que lo sentían de verdad. A ello hay que sumar cómo la madre del joven fallecido fue abrazada por los compañeros de éste. Eso compañeros que vienen a hacer cumplir en nuestras fronteras las leyes que nosotros hemos aceptados como pueblo soberano.
No quiero dejar de nombrar a personajes más conocidos como el cabo Ferrón o al policía que recientemente se tiró a las vías del metro en Madrid para salvar a una persona ebria que de seguro habría sido arrollada por el tren (por cierto, algún… le robó la mochila) o a nuestro policía nacional Hassan Mohatar que fuera de servicio ha salvado a dos menores.

Yo veo uniformes y también veo personas, veo actos buenos y malos como en todos los estamentos y en todas las profesiones. Y como un día puede ser que los necesite, vaya mi agradecimiento y mi respeto por adelantado.
P.D.: Lo que acabo de defender en los CSE podríamos hacerlo con maestros, médicos, funcionarios (léase también en femenino)...
Publicado en: http://www.luzdemelilla.es/index.php/semanario-la-luz/opinion-luz-de-melilla/item/1496-juan-manuel-centuriores

viernes, 20 de junio de 2014

Estimado hijo: aprendiendo lo que cuesta ganarse "una peseta"

Estimado hijo:
Supongo que ya se te habrá pasado el cabreo que cogiste cuando te advertí que no te pagaría el seguro de TU coche y que podías sacarte unas “perras” echando una mano en la empresa de mi amigo.
Después de refunfuñar y asegurarme que no tenías tiempo y que no pensabas trabajar, que “bastante hacías estudiando”, que “llevarías el coche sin seguro” (ibas subiendo el tono de voz), optaste por la mejor decisión: llamar a JuanCa y aceptar el trabajo.
Estos días te he visto compaginar exámenes finales con muchas horas de trabajo. He visto la ropa que traías de la nave/taller llena de pintura, masilla y pegamento (como un lienzo pintado o un cuadernillo en el que habías escrito tu historia). Te he visto regresar tarde, muy tarde, agotado, cenar poco y quedarte dormido. He visto tu cansancio, pero también feliz e ilusionado (aunque no lo admitas).
He escuchado como te quejabas de lo duro del trabajo, a la vez que presumías de las cosas que ibas creando. He escuchado como alababas a tus compañeros y, lo que es más importante, los he escuchado a ellos hablar de ti.
Sé que aún no comprendes por qué lo he hecho y por qué lo seguiré haciendo. Sé que aún piensas que “soy un rácano”, que te parece injusto que otros amigos tuyos sólo estudien y les paguen todos sus caprichos.
Espero que un día lo entiendas. Hace tiempo, cuando aún gozaba de ellos, les dije a mis padres que lo que más les agradecía era “lo que NO me habían regalado” y “las tardes de trabajo en el taller junto a mi padre”. Eso me ha permitido apreciar la labor de los que trabajan con sus manos y enfrentarme a muchas “chapuzas caseras” por lo que me siento feliz y orgulloso.
Sé que aún no lo entiendes, pero si te hubieses visto estos días, como te hemos visto nosotros, resolviendo problemas, ESFORZÁNDOTE, hablando con orgullo de tu trabajo, discutiéndome la mejor forma de “echar la selladora” o cómo habías pulido, soldado, pintado… te darías cuenta de cuál ha ido mi propósito.
Si me he equivocado, espero que me perdones y, si te sirve para completarte como persona, el tiempo te lo demostrará.
Ya verás como te piensas más gastarte el dinero que estás ganando y como te sientes más orgulloso de poder gastártelo.
Además, considera que estás escribiendo en tu curriculum una experiencia que, a la larga, te servirá en tu vida y en tus futuros trabajos.
Viendo los resultados, te  aseguro que no me arrepiento en absoluto de haberle pagado a la empresa tu primera nómina. La segunda te la has ganado tú.

P.D.: Tu abuelo se sentiría orgulloso de ti y, allá donde esté, seguro que en algún momento ha exclamado aquello de “con dos c…”.

2ª P.D.: El que te levantes cansado no es escusa para que te levantes cabreado… y lo pagues con nosotros.