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sábado, 31 de enero de 2015

Nuestro dilema final

Estaba a punto de morir, lo sabía. Tumbado sobre el terreno, como había quedado tras el derrumbe del edificio, se centró en aquel cielo nítido, lleno de sol, para olvidar el dolor que sentía en la zona baja de su pecho. Sabía que aquel fluido cálido que detectaba sobre su brazo y mano era su propia sangre. Se sentía cansado.
No podía culpar a nadie de aquello, él había decidido entrar en aquel piso para salvar a sus habitantes. Los policías que acordonaban la zona le habían explicado lo peligroso que era entrar en aquel edificio que se derrumbaba por momentos. Pero él se dijo a sí mismo que hasta entonces había vivido de acuerdo a unos valores y no era momento de dejarlos. Realmente había sido así. Su padre solía decir que era fácil tener valores, que lo difícil era vivir de acuerdo a ellos y él, siendo un adolescente, se propuso ser honrado y altruista. Ello le llevó a elegir su profesión y a darlo todo a pesar de riesgos y enemistades. También le había valido reconocimiento en forma de admiración por parte de sus compañeros y en forma de medalla, tras salvar a varias personas de un incendio poniendo en alto riesgo su vida. Había salido en la portada de una revista de tirada nacional y en varias entrevistas en informativos televisivos. Por la calle la gente lo saludaba reconociéndolo y algunos se acercaban para hacerse un selfie. Sabía que cuando muriese, la gente lo recordaría, quizás aquel sacrificio final le valdría el nombre de una calle o la creación de una Fundación. Los padres lo pondrían como ejemplo a sus hijos. 
Así que tras escuchar los consejos, casi órdenes de la policía, se internó en el edificio.
Ahora, mientras se le escapaba la vida y pensaba la de proyectos que le quedaban por hacer, se preguntó si había valido la pena. Si el honor valía una vida o si lo más importante era eso: vivir. Finalmente se decantó por esta última afirmación. Sentía que le dolía pensarlo, pero tan cerca del final se llamó estúpido por haber entrado en aquel edificio, por amor propio, por cuestión de honor, por amor al prójimo.
¡Lo que daría por un día más de vida!
Cerró los ojos. De repente, el aire enrarecido que respiraba cambió por otro más fresco y limpio. Dejó de sentir dolor, pensó que ya había muerto.
Abrió los ojos y se encontró frente a un policía que le decía que entrar en aquel lugar era una locura.
No lo entendía.
Desde detrás, una mano agarró su brazo y tiró de él. Era uno de sus compañeros.
-Déjalo para los héroes- le aconsejó- Hagamos lo de siempre: preocuparnos por nuestra seguridad primero.
No lo entendía.
Pero decidió no entrar, permanecer fuera del peligro… como había hecho siempre.
En ese momento gran parte del edificio se vino abajo. Suspiró con alivio y se alegró de no haber hecho lo que había ¿soñado?
Al terminar el turno, volvió andando a casa. Le extrañó que nadie se le acercara, pero entonces se dio cuenta que él no era nadie, aunque había soñado que era un héroe. Suspiró, sonrió y se dispuso a vivir un día más. Salió a cenar con su mujer, después fueron a tomar unas copas y, al volver a casa, hizo el amor de una forma tan apasionada que a su mujer se le escapó una pequeña carcajada de asombro.
Por la mañana se levantó temprano. DISFRUTÓ de un contundente desayuno y salió a pasear. Pensó en ponerse las zapatillas de deporte, pero hacía tanto tiempo que no corría que la idea le pareció absurda.
Pasó el día realizando tareas que había ido posponiendo.
Al caer la tarde recordó que el día anterior, a esa hora había estado a punto de entrar en un edificio que colapsó acto seguido y en el que hubiese muerto como había soñado/pensado/imaginado.
De repente, se encontró en un lugar extrañamente desconocido.
No lo entendía. Y, entonces, lo entendió todo. Había cambiado sus valores y sus logros por un día más de vida… y ese día había expirado, como su vida, hacía unos instantes.
Había muerto y ya nadie lo recordaría, al menos, más haya del recuerdo de los seres más próximos. No había dejado huella alguna. Intentó recordar un momento por el que se sintiera orgulloso y no encontró ninguno. No había hecho nada que mereciese la pena. Ni siquiera había vivido de acuerdo a sus principios a los que había renunciado por interés, cobardía o simple desgana.
Tragó saliva y le pareció amarga. Se avergonzó de si mismo.
Una lágrima se escapó de sus ojos y mientras recorría sus mejillas se juró que hubiese cambiado media vida por un instante de gloria.

En el instante de morir cambiaríamos nuestros momentos de gloria que han dado sentido a nuestra existencia por un minuto más de vida, pero al acabar ese minuto, nos arrepentiríamos de haber cambiado el sentido de nuestra vida por un minuto anodino, por haber cambiado un minuto más por una vida que haya merecido vivir.
Ese es el dilema en el que nos movemos, mientras no seamos capaces de vencer la muerte: aferrarnos a la vida renunciado a lo demás o morir por un principio.


martes, 27 de enero de 2015

ESSENTIA


ESENCIA. Aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas.

En los intervalos de consciencia que tenía, se mezclaban el dolor difuso, punzante pero lejano, casi externo gracias al cóctel de analgésicos que le corría por las venas desde el gotero que le habían colocado cuando aún estaba en el coche aprisionado.
Sabía, por el sonido de las sirenas, que iba en una ambulancia. Tenía retazos de recuerdos de una carretera, de una pérdida de control del volante, de una parada brusca y dolorosa contra un árbol. Eran imágenes incontrolables que aparecían súbitamente e igualmente se iban.
Apenas podía abrir sus ojos. Los sanitarios que lo acompañaban se movían con rapidez por el escaso espacio de la ambulancia. Gasas, agujas, sueros, ... y sangre, mucha sangre. Absurdamente se preguntó si sería suya.
Cuando a Andrés, el cirujano plástico, lo llamaron para que acudiese urgentemente a quirófano, no se imaginaba que se encontraría con un amasijo de carne en lugar de cara producto de un choque frontal del coche del paciente. Nadie conocía a la víctima y no tenía documentación, así que la reconstrucción fue totalmente creativa. El cirujano no contaba con un modelo en el que basarse. 
Semanas después,  Cuando a Séneca Carrión (así afirmó llamarse el paciente) le retiraron las vendas y se enfrentó al espejo, preguntó: ¿Quién es esa persona? Se hizo un silencio en la habitación que nadie se atrevía a romper. El cirujano se preguntó si esa persona seguía siendo el paciente que tuvo un accidente. 
En un intento de contestarse a él mismo se dirigió a Séneca.
-Recuerde esta fecha-pidió- 27 de febrero de 2015. Es su segunda fecha de nacimiento. Se ha salvado de una muerte segura y estrena rostro. Véalo así.
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Su cuerpo se degradaba con rapidez, pero hacía tiempo que los trasplantes de cerebro eran posibles, desde que en el 2025 se consiguiera por primera vez, así que no dudó en solicitarlo. Ya hacía años que vivía con una cara que no era la suya y que, además, había envejecido. Ahora gozaría de un cuerpo y de un rostro nuevos.
-De unos 30 años- le había asegurado los cirujanos de la clínica.
La intervención fue larga, aunque sin complicaciones y, prácticamente, cuando pasó la anestesia pudo observarse. Debería permanecer en reposo hasta que las conexiones neuronales espinales consolidaran, pero le llevaron un espejo de cuerpo entero y pudo verse tendido en la cama.
Vio un cuerpo al que no reconoció. Echó de menos su antiguo rostro. Su experiencia, su memoria, chocaba con aquella musculatura, con aquella piel sin pliegues, con aquellos huesos sin dolores.
Pero lo peor fue la sensación de extrañeza, de experimentar que lo que estaba viendo no era él.

Afortunadamente 5 años antes su seguro médico, en el que tenía una póliza de “eternabilidad”, le había instalado un MEMOTRANF, un chip que trasfería su memoria a tiempo real a un superordenador central. Afortunadamente porque en su último accidente de coche, un BMW Astro del 2112 de hidrógeno concentrado, su cerebro había quedado, según uno de los sanitarios de la ambulancia “hecho puré”.
Rápidamente el centro ETERNICAL comenzó con la transferencia de datos a un HOMO de repuesto, nombre con el que se conocía popularmente a los “cuerpos”. Clones que permanecían en hibernación y en los que se volcaba el almacén de memoria de personas como Séneca que contaban con una póliza de “eternabilidad”.
La transferencia se realizó en breves minutos y comprendía todos los recuerdos del asegurado salvo los instantes traumáticos de su muerte.
Una vez terminado, los médicos/ingenieros “encendieron” el sistema biológico y el NOVO-HOMO (como se denominaba al repuesto una vez activado) abrió los ojos. Se miró al espejo, movió las manos, se levantó.
-Esplendido- exclamó- Aunque tendré que adoptarme a este rostro.

El calendario-holograma que reposaba sobre su escritorio cambió la fecha 21 de febrero de 2315.
Aún no se había sentado en su sillón cuando recibió un mensaje en el receptor incorporado en su oído interno.
-Señor, tenemos un problema- anunció la voz de uno de los empleados que mantenía la MEGAMEMORIA CENTRAL, el ordenador que contenía y actualizaba a tiempo real la memoria de los abonados a su servicio- Acabamos de recibir un aviso para la transferencia de la memoria del abonado PX-2087.
El supervisor no comprendió.
-¿Y dónde está el problema?-
El empleado carraspeó, como si le costase dejar escapar la respuesta.
- Verá, últimamente hemos detectado pérdidas de algunos fragmentos de memoria en algunas bases. Ello no tiene importancia porque se vuelven a rellenar obteniéndolos la propia de memoria del cerebro biológico del abonado…-hizo una pausa- El problema en este caso es que esta pérdida se produjo justo antes del accidente. Una explosión y no hemos podido recuperar el material perdido.
Hubo un silencio.
-Rellena-
-¿Qué?-
-Rellena con fragmentos lógicos los vacios que se hayan producido o con material de otro abonado.
-Pero…-
-Rellena-
Como de costumbre el volcado de memoria en el Homo de Repuesto tardó escasos minutos. Cuando NOVO-HOMO salió de las instalaciones de MEMOTRANF, repasó sus recuerdos con la total certeza de que correspondían a lo que le había pasado a lo largo de su vida. A pesar de que, como anteriormente no terminaba de reconocer su nuevo aspecto, de lo que no le cabía duda era de que él era la persona que “había dentro”.

El supervisor escuchó el sonido que su interfono implantado hacía como aviso de la entrada de una llamada. Mentalmente dio la orden de “descolgar” (aceptar llamada) y saludó.
-Supervisor- dijo una voz al otro lado- Soy el ministro de seguridad.
-Señor Ministro- saludó el supervisor.
- Vamos a mandar un paquete de memoria para que vuelquen en el caso MS-0183.
-Pero Señor Ministro…- Protestó.
- No hay peros, se trata de seguridad nacional.
- Si, pero se trata de introducir recuerdos que no pertenecen a ese sujeto.
- ¿Y quién le dice que los que Ud. tiene lo son?

El supervisor recordó cuando un cirujano, en el año 2015 le había reconstruido su cara y se preguntó cuándo había dejado de ser él.