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martes, 24 de febrero de 2015

El YO que queda fuera de mi. Final de la trilogía.


 Hace no mucho tiempo escribí “¿Somos nosotros?”. En él preguntaba, sin responder, por la esencia de lo que llamamos YO. Poco después escribí “Nuestro último dilema” donde reflexionaba sobre el sentido de nuestra vida. Pero poco después me di cuenta que con estos dos artículos se quedaba incompleto el mensaje, la tarea.
De pronto, como suele ocurrir muchas veces, comprendí que había una parte del YO que, por su tamaño en significado y extensión, está fuera, paradójicamente, del YO. Se encuentra más allá, en la memoria de los que pasaron por nuestra vida y que, sin saberlo, nos modelaron, nos convirtieron en lo que somos, cambiaron nuestro camino como una molécula cambia la de otra al chocar entre si o como un planeta cambia su trayectoria al pasar cerca de otro influido por su gravedad.
Somos lo que nuestros seres queridos recuerdan que somos, somos lo que otros dejaron que fuéramos. Me refiero, como no, a nuestros familiares, pero, sobre todo a aquellos que el azar puso en nuestro camino.
Me refiero a todos, pero sobretodo a aquellos que pasaron por nuestra vida en ese tramo que llamamos infancia y adolescencia.
Me refiero a aquella niña a la que quise en silencio, a la que ofrecí mi amor platónico y que nunca supo que era la razón por la que iba al colegio o al instituto con una sonrisa, a aquella otra a la que di mi primer beso o a la que me partió el corazón. Es aquel amigo con el que me peleaba rutinariamente por importantísimos y trascendentales asuntos pueriles o aquel que nos “traicionó” echándose novia (años después nosotros mismos traicionamos a otros). Es aquel profesor… MAESTRO que se convirtió en nuestro referente. Es aquel amigo que nos enseñó a bucear o que nos ayudó con los estudios. Aquel que se peleó con otro niño más grande para defendernos  o aquel por el que nos peleamos nosotros. Aquel otro que un día dejamos de ver porque su familia tuvo que marcharse de la ciudad buscando trabajo o que él mismo se marchó a la universidad.
¿Qué habrá sido de ellos?, a estas alturas de la vida, muchos, sin que lo sepamos, nos dejaron ya.

Miro algunas fotos de color casi perdido y me pregunto cómo se llamaba aquel joven que me devuelve la mirada o aquella chica con la que compartí pupitre.

Mi YO, en parte es lo que ellos me dejaron o me obligaron a ser y, en parte, lo que ellos recuerdan de mi y quiero pensar que ellos también son lo que yo recuerdo. Si yo soy mi memoria y ellos están en ella, ellos soy yo.
Somos tanto nuestros seres queridos que cuando se nos mueren lo hacen como cuando se caen los pétalos de una flor, como prueba inequívoca que con ellos, también morimos un poco nosotros.


Dedicado a Jose Rubio, a Diego Villalta, a Paco ”el Pollo”, a Pitri, Alejandro, Hasan, a Pepi y Paloma, a Emilia Montoya, a Olga Garrido, a Antonio Blanco (al que reencontré muchos años después) a Pepe Blesa, a José Rey (al que robé la chica que le gustaba), a Mimón (con el que competía por sacar la mejor nota), a D. Manuel (que me enseñó matemáticas y a medio cantar en el coro), a la chica que nunca saqué a bailar, a D. Jose María Antón (que me enseñó a medio escribir) y a Ángel Granda (que casi consigue que me hiciera biólogo) a Salvi (amigo y primo que se peleó con un niño mayor por defenderme), a todos esos jóvenes rostros que desfilan en mi mente y de los que no recuerdo sus nombres y a los amigos que ya he olvidado.