Muchos (psicólogos por lo
general) han hablado del duelo, de su superación, de sus fases. Otros (escritores)
han narrado subjetivamente su experiencia. Tanto unos como otros se quedan corto, olvidando parte de lo que te ocurre los días, los meses, los años que siguen a la pérdida de un ser querido. Quisiera fundir estas dos
perspectivas y elaborar unas fases del duelo basadas en la experiencia subjetiva
del dolor y los pensamientos.
Cuando te enteras del
fallecimiento o estás presente.
Aunque tu reacción es, en los primeros instantes (dure lo que dure esto), de seudonormalidad (lo que creo que se debe a que emocionalmente esperas que alguien te sorprenda gritando “¡Es broma!”), las consecuencias, que posteriormente tendrá el hecho de la pérdida, dependerán. en parte, de esa presencia o ausencia. Poder despedirse, agarrar una mano, abrazar, decirle, aunque ya no te escuche, que lo quieres, es muy distinto a pensar que murió solo, que quizás buscó tu apoyo, tu mirada, tus palabras o tus silencios.
Aunque tu reacción es, en los primeros instantes (dure lo que dure esto), de seudonormalidad (lo que creo que se debe a que emocionalmente esperas que alguien te sorprenda gritando “¡Es broma!”), las consecuencias, que posteriormente tendrá el hecho de la pérdida, dependerán. en parte, de esa presencia o ausencia. Poder despedirse, agarrar una mano, abrazar, decirle, aunque ya no te escuche, que lo quieres, es muy distinto a pensar que murió solo, que quizás buscó tu apoyo, tu mirada, tus palabras o tus silencios.
Una vez pasado este primer momento
de cuasipresencia emocional, comienzan los dolores:
El dolor por no poder hacer nada.
Acostumbrado a llamar al médico, a dar la cena, a cambiar el pañal, a administrar
la medicación (esa que va aumentando constantemente). Ahora se acaba todo. Ya
no puedes hacer nada. El tranvía se para en seco. Te sientes inútil. Sientes
que le estás fallando. Algunos combaten este dolor buscando culpables, o
circunstancias para las que juran se prepararán.
El dolor por el descubrimiento de
la irreversibilidad. Seguramente el más insoportable. El que te empuja a llorar
desconsoladamente. El que te lleva a golpear la primera puerta o pared que
tienes cerca. El que te lleva a negar con la cabeza, a buscar un Dios al que
pedirle una “segunda” oportunidad. El que se alarga por mucho que tú quieras
quitártelo de la cabeza.
El dolor por lo que hiciste o
dejaste por hacer, por los abrazos no dados, por los cuidados no ofrecidos
(aunque te hayas dedicado en cuerpo y alma a esa persona mientras vivía). Es un
dolor que toma forma de pregunta o de afirmación. Pregunta si lo hiciste bien,
si hiciste todo.
El dolor por lo insoportable de saber que no vas
a verlo más. No es por lo irreversible de la muerte (quizás ya aceptado), es
independiente de ésta. Es similar al que se siente cuando la persona amada te
deja. Ya no podrás gozar de su presencia.
Estos son dolores largos, a veces,
difusos. Luego siguen los dolores agudos, asociados a fechas, a voces en la
multitud, a recuerdos materiales que se redescubren al abrir un cajón, a frases
que se dicen como ecos de las que él decía, a olores que te invaden por
sorpresa. Normalmente, a estos dolores les sigue tu propia voz que con más o
menos intensidad suele confesar a-nadie
cuánto lo echas de menos. Y entonces viene el nudo en la garganta y las
lágrimas que intentas esconder (ya hace tiempo, ya tienes que recuperarte,
seguir la vida, o-l-v-i-d-a-r).
Entre uno y otro aparecen los
sueños. Sueños buenos en los que puedes despedirte, abrazar o decirles que les
echas de menos y ellos, sin abrir la boca, te consuelan diciéndote que no te
preocupes… Sueños de los que no quieres despertar. Sueños malos, en los que no
los alcanzas, no los escuchas, no los puedes besar, no te puedes despedir… Sueños
que al día siguiente te dejan una cara de acritud.
Durante todo este tiempo haces
cosas que nunca creíste que harías. Vas al cementerio cuando nadie te ve.
Hablas frente a una lápida sabiendo que nadie te escucha. Y comprendes que todo
ello no lo haces por la persona que se ha ido… sino por ti.
Y así se va sucediendo el proceso
de duelo que, un día aceptas, nunca tendrá fin.