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domingo, 24 de enero de 2016

Psicología positiva: Riéndonos de nosotros mismos.

Un problema que suelen tener los pesimistas es la incapacidad de reírse de aquellas cosas que les pasa. La incapacidad de reírse de uno mismo, incapacita a su vez a la de desdramatizar lo sucedido haciendo, como suele decirse, “una montaña de un grano de arena”.
Sin embargo, si eres capaz de ver, de reconocer, las cosas divertidas que te pasan a diario (vale, en ocasiones) esas “sustancias alegres” que genera tu cuerpo (y en especial tu mente), contraatacarán a esas otras “sustancias tristes” que sueles generar por tu forma automática de pensar.
No todo lo que nos pasa es malo o triste, pero algunos tienen una “red” mental que pesca sólo lo malo y lo atrapa para guardarlo en su memoria, mientras deja escapar (olvidar, minimizar) aquellas cosas buenas, divertidas, llenas de sentido que les pasan a diario.
"Cuando era joven ayudaba a mi padre a poner a punto los barcos de recreo de los socios del Club Marítimo (hoy se hubiese considerado explotación laboral, yo lo considero de los mejores momentos de mi vida). Una tarde, mientras mi padre agachado regulaba algo en el intraborda del barco en el que estábamos, me pidió que cogiese agua del mar para limpiar parte de la “bañera” (parte del barco) que se había manchado de gasoil o grasa. Para conseguir esta agua teníamos un cubo en cuya asa atábamos un cabo (nunca cuerda) y lanzábamos el cubo al agua por la borda hasta que medio se llenaba  . Y eso es lo que hice ese día, solo que el nudo estaba flojo y el cubo se soltó permaneciendo sobre el agua, pero entrándole agua por lo que empezaba a hundirse. Sin pensarlo, poniendo las manos una sobre la borde del barco y la otra sobre la borda del barco que estaba amarrado a su costado, flexioné os brazos e intenté alcanzar con mi pie el asa del cubo. Y ahí es donde llegó el problema ya que, siguiendo las leyes físicas, la fuerza de la flexión de mis brazos no solo se transmitió verticalmente, sino, en parte lateralmente y los barcos empezaron a separarse. Al darme cuenta de ello, empujé como pude con mis brazos los barcos hacia mi con lo que conseguí que sendas bordas me aplastaran las costillas y entonces comencé un nuevo movimiento para que se separaran. A todo esto mi padre, agachado permanecía ajeno a mi drama. Viendo que no me quedaba otra, comencé a llamarlo (de forma sosegada) a lo que él me respondía que le trajese el cubo (que ya se había hundido). Finalmente, no sé si cabreado porque no le hacía caso o alarmado por mis llamadas, levantó la cabeza y me encontró, entre los dos barcos, con las piernas en el agua y con cara de ¡qué ridículo estoy haciendo!, lo peor es que desde el paseo alto que recorría el muelle chicos y CHICAS de mi edad se partían el pecho de risa.
Semanas después aún iba a ayudar a mi padre con una gorra para pasar lo más desapercibido posible. Pero desde hace algún tiempo, ésta historia se ha convertido en la anécdota con la que saco carcajadas de mis amigos y de mi mismo cada vez que la cuento en las reuniones."
Te toca, busca algo divertido (si es más de uno mejor) que te haya pasado (si es algo en lo que te hayas sentido ridículo, mejor) y escríbelo o, mejor, cuéntaselo a tus amigos, ríete con ellos y, después, pregúntate como te sientes.

Y si lo compartes en este blog, siempre te estaré agradecido y tú te sentirás más alegre.

domingo, 17 de enero de 2016

¿Por qué quiero que nuestros diputados en el Congreso vayan vestidos correctamente?

En estos días, tras la formación del Congreso de los Diputados y la aparición de políticos con indumentarias "distintas", se han producido opiniones y respuestas en distintos sentidos.
Para algunos, que afirman no sólo haber visto, sino también olido, las indumentarias de estar por casa o de cañas con los amigos, es una falta de respeto.
Frente a ellos salen otros que presentan imágenes de políticos trajeados pero sobre los que pesan las sospechas o las condenas por fraude, cohecho, robo, malversación, ...
Pero, como suele decirse "lo cortés no quita lo valiente". Es cierto que ir bien vestido no es condición suficiente para ser un buen político, pero casi, casi, es condición necesaria, o la menos proposición de intenciones.
Seguro que a un cirujano le gustaría acudir a una operación con la ropa deportiva con la que acaba de jugar a papel, seguro que a pocos cocineros les gusta ir con el gorro de su uniforme.
Hasta la Primera Guerra Mundial (prácticamente) los militares lucían uniformes de colores llamativos y distintos, poco prácticos, pero que servían a un propósito.
Los Srs. diputados actuales podrían tomar ejemplo de los políticos de izquierda de la transición: Carrillo acudía con corbata (dejó las pelucas para los tiempos de la ilegalidad) y a la Pasionaria no se le hubiese ocurrido acudir con su hijo o con rafta (si se hubiesen llevado) y nadie negará que eran liberales de izquierda probada.
Como profesor de Psicología del Trabajo explico a mis alumnos la importancia de acudir a las entrevistas vestidos de forma acorde con la política de la empresa ( a no ser que no les importe perder un puesto de trabajo). Como profesor de Psicología Social les hacía ver cómo nuestra forma de vestir influía en la formación de la primera impresión (en segundos) que nos hacemos todos (repito TODOS) sobre las personas que tenemos delante.
Es cierto que un señor en chandal y bermudas puede ser el que más sepa sobre su trabajo, pero no es menos cierto que su trabajo se realiza en interacción con otras personas y que, además de SABER y SABER HACER, en nuestros trabajo debemos SABER ESTAR... y eso empieza por la forma de vestir y sigue con la higiene y la conducta.
Seguro que los que defienden estas "lindezas" no entran en un restaurante o cafetería en la que la cocina o los camareros van sucios y que prefieren que les pongan manteles de tela a los de papel.
Los ideales, las posiciones, se pueden manifestar de formas mucho más eficaces que poniéndose una pañoleta palestina.
Imagínense que un futbolista del Betis apareciese con la equitación del Sevilla porque le gustasen más los colores, imagínense que opinaríamos si alguien apareciese en Agosto por la orilla de la playa a mediodía en traje oscuro de tres piezas... pues eso.

miércoles, 13 de enero de 2016

Psicología positiva III. Viendo más allá.

Una gran imperfección, muchas pequeñas virtudes.

A menudo realizamos un juicio sobre las personas que nos rodean, con las que interactuamos a diario, incluso de nuestros familiares, basándonos en un solo hecho o una sola característica. Es lo que llamamos “efecto halo”. El problema es que esta característica o este hecho suele ser la más negativa que tiene. Una vez que hemos etiquetado negativamente a la otra persona, ya todo nos parece mal.
Esto no es sólo malo para esa persona, sino también para nosotros. Recuerda que todo pensamiento está relacionado con una sustancia química en nuestro cerebro y que los pensamientos negativos conllevan sustancias negativas.

Arturo iba en su coche a más velocidad de la que debía, llegaba tarde al trabajo y encima había un tráfico “para morirse”: la gente (los demás conductores) parecía que iban de paseo, otros cambiaban de carril sin poner el intermitente, un “payaso” se había parado en doble fila para recoger a alguien, sin pensar en los que iban detrás… ya había perdido la cuenta de cuantas veces había usado el claxon… Por fin, en la avenida, el tráfico se hizo más fluido lo que le permitió acelerar… hasta que llegó a una intersección en la que otro conductor, que debía ceder el paso, no respetó la señal y obligó a Arturo a frenar de forma brusca. “Hijo de p***, c****….” Las venas del cuello se le inflamaban mientras el otro conductor se alejaba del lugar sin ni siquiera percatarse del enfado de Arturo. “Ojala te estrelles contra un muro,…”. El corazón le latía a cien (que digo cien, a mil por hora). El otro conductor ya había desaparecido de su vista. “Un tanque, si es que yo tenía que llevar un tanque…”. Arturo hablaba en voz alta, sin que nadie lo escuchase, jadeaba, apretaba los dientes, agarraba el volante como para estrujarlo. Media hora más tarde, Arturo ingresó en Urgencias donde falleció por un ataque al corazón. “La gente se toma las cosas muy en serio” comentó un enfermero que había llegado media hora antes a su trabajo después de saltarse un ceda el paso.

Vamos a cambiar las cosas. En un folio haz un círculo en el centro y escribe el nombre de alguien que te caiga mal (este ejercicio puedes hacerlo con cada persona de la que tengas un mal concepto). Después dibuja círculos alrededor y únelos al central con flechas y dentro de cada círculo exterior escribe lo que no te gusta de esa persona. Ahora piensa a qué se debe cada descripción negativa: si es una sensación, si se debe a una conducta que repita esa persona o a una sola ocasión, si puede deberse a una interpretación errónea que hayas hecho… Finalmente dibuja círculos más externos (intenta que sean más que los anteriores) y escribe en ellos aspectos y conductas positivas que hayas percibido en esa persona.
Cuando hayas terminado, califícalo de nuevo.



Y ahora hazte una pregunta, si tuvieses que hablar con él, ¿te sería tan negativo (desagradable) como antes de hacer el ejercicio?

lunes, 11 de enero de 2016

psicología positiva II: Limpiando la imagen

Juan M. Fernández Millán Marina Fernández Navas
30 de diciembre de 2015


Psicología Positiva 
Limpiando la imagen   


Depurando las ideas.
Espero que ya haya rellenado el folio del ejercicio anterior. Si es así, ya le ha hecho recorrer a su cerebro un camino distinto al que solía hacer. Cuando uno tiene que decidir un camino nuevo para llegar al destino, debe ir atento a qué cambios debe hacer: “Ahora en lugar de torcer a la derecha, debo seguir recto… o esta calle está cortada, ahora seguiré hasta la próxima rotonda y me desviaré…”. 
Con nuestra nueva forma de pensar debemos hacer lo mismo, ir dándole indicaciones y descartando “antiguos caminos”.
Una nueva metáfora nos servirá para comprenderlo mejor.
Todo el mundo sabe, más o menos, qué es y cómo funciona un filtro para depurar el agua: es un aparato que consta de diferentes sustancias (algodón, carbón, arena…) puestas en serie por las que se hace pasar el agua impura, contaminada, para ir limpiándola y hacerla potable.

El mago del filtro del agua.
Se cuenta que en un remoto lugar hace muchos años vivía un mago al que los habitantes de las ciudades y pueblos cercanos y lejanos acudían para curar sus males. Cierto día llamó a su puerta un hombre que había perdido un brazo trabajando en el campo. No acudía para recuperar ese miembro, sabía que era imposible, pero quería, al menos no sentir aquella amargura que no le dejaba vivir.
El mago le ordenó al labriego que subiese unas escaleras y se metiese en un extraño barril que había al final de la misma y de cuyo fondo en forma de embudo estaba cubierto de capas distintas acabando, como buen embudo en un orificio cerca del suelo.
En cuanto el agricultor pisó el barril, se convirtió en líquido, un líquido oscuro y mal oliente que empezó a filtrarse por las capas del embudo.
Primero pasó por la capa de la gravedad y una voz surgió de las paredes “Realmente es tan grave lo que te ha ocurrido?, ¿sigues teniendo otro brazo?, ¿Has perdido la vista?, ¿Han dejado de quererte tus seres queridos?, ¿Acaso ya no puedes pensar, has olvidado todo lo que sabías sobre tus cultivos?”
Pasó a la segunda capa, la de la insoportabilidad, allí una voz distinta le preguntó “¿está seguro que no podrás vivir con esta perdida?, entonces ¿qué has hecho hasta ahora aunque haya sido tristemente?, ¿No sería más indicado decir que sería mucho mejor tener los dos brazos?
En la siguiente capa, la del negativismo, una voz, algo más dulce le preguntó si todo lo que le había ocurrido había sido negativo, si no había aprendido nada de ese trágico suceso que, de todas formas, no podía cambiar.
Siguió su curso hasta hallarse en una capa más ligera, llamada de la temporalidad, en el que un cartel preguntaba si creía que aquellos pensamientos, aquella forma de ver el mundo duraría para siempre, si no creía que en el futuro algo bueno podría sacar de ello o que algo bueno podría endulzar su vida.
Finalmente, en la capa de la alternativa, un torbellino se convirtió en palabras preguntando qué pensamientos alternativos se le ocurría después de contestar a las preguntas que previamente se le habían hecho y le pidió que viese lo sucedido de una forma más realista.
No había terminado de pensar en ello cuando el depresivo hambre salió por el extremo del embudo convirtiéndose de nuevo en ser humano que, aún sin salir del asombro, se quedó mirando al mago. Éste sonrió y le puso una mano en el pecho al agricultor. 
-Espero-ordenó- quizás ya estés limpio, pero aún podemos mejorarlo.
Y vertió una cucharadita de azúcar sobre los zapatos del labriego. De forma mágica los granos se convirtieron en un pergamino encabezado por una sola frase “Y ahora ¿cómo puedo aprovechar lo sucedido?”
El hombre volvió a su aldea y dicen que desde entonces aprendió a usar su otra mano, todos los días salía a pasear con sus dos piernas y se detenía a ver amanecer con sus dos ojos. Seguía lamentando haber perdido su brazo, que tanto le había servido, pero ahora lo recordaba con melancolía, sin amargura, recordando incluso algunas veces que le había fallado. Además, como ya no podía labrar, se dedicó a una tarea que siempre le había gustado, pero para la que nunca tuvo tiempo: ayudar a los demás. Con el tiempo se dio cuenta que lo que en principio había sido un accidente fatal, finalmente le dio la oportunidad de mejorar su vida.

Supongo que ya te habrás percatado de lo que debes hacer ahora. Cógete uno de esos pensamientos que “enturbian” tu vida, métete en el barril y ve pasando por el filtro.

Nos vemos al final del embudo.

Psicología positiva. El color del cristal.

Juan M. Fernández Millán Marina Fernández Navas
30 de diciembre de 2015


Psicología Positiva
El color del cristal 


“Yo no estoy loco”. Esta es la primera respuesta que suelen dar las personas cuando se les aconseja que busquen ayuda en un psicólogo y ello se debe a que obligatoriamente se asocia la ayuda que ofrece la psicología al padecimiento de una psicopatología, a presentar un trastorno mental, a estar loco.
Sin embargo, la psicología no se limita al tratamiento de patologías, sino que (entre otros muchos campos) ayuda a las personas (normales, sanas) a mejorar su calidad de vida y/o su forma de enfrentarse a los problemas cotidianos.
La Psicología Positiva es, quizás, la tendencia que mejor se adaptaría a esta visión.
La Psicología Positiva se convierte en preventiva, no espera a que la persona necesite, requiera, de un tratamiento, no espera a que haya una patología, sino que interviene en los aspectos positivos, en las “fortalezas”. La Psicología Positiva es el complejo vitamínico que refuerza las defensas mentales: la resiliencia, el optimismo… 
Muchas de las personas que te piden consejo cuando se enteran que eres psicólogo no padecen trastornos psicológicos, sin embargo, no se sienten completos, satisfechos. La gente no conoce sus puntos fuertes, no calculan lo que tienen, sino lo que les falta e interpretan negativamente todo lo que ocurre a su alrededor. Y ese es su problema.
Para comenzar voy a revelar un secreto que les va a sorprender: Nuestras emociones no son la consecuencia de lo que nos ocurre, sino de cómo interpretamos lo que nos pasa. ¡A qué es sorprendente!, ¡A que no se habían dado cuenta de ello hasta ahora! No olviden este descubrimiento.
Como suele decirse “en lo que unos ven un problema, otros ven una oportunidad”. Será difícil encontrar a alguno de estos últimos en la consulta de un psicólogo (menos mal que existen de los primeros). Durante años he tratado a personas que habían pasado por una tragedia (accidentes, pérdidas de seres queridos, situaciones de supervivencia…). Sorprendentemente encontré que muchos de ellos habían aprendido de la experiencia, habían mejorado como personas.
Voy a contar una historieta para convenceros:
Cuando Pepe volvía a su casa tras la larga jornada laboral, solía aparcar el coche a la entrada del callejón donde se encontraba su adosado. Ello le daba la oportunidad de estirar las piernas y, aprovechando que el callejón no tenía farolas, se deleitaba con el titilar de las estrellas. A medio camino se detenía a apreciar el sauce llorón que tenía plantado su vecino y cuyas ramas colgantes se mecían con el viento. Algo más adelante solía salirle al paso “Perezoso” el gato callejero de otro vecino. Todo ello le relajaba y le hacía olvidarse de los problemas laborales y llegar a casa de buen humor.
Pero… un día, animado por algunos compañeros de trabajo, tras la oficina, entró en un cine cercano para ver el pase que hacían de la famosa película “El Exorcista”.
Cuando más tarde se bajó del coche y se internó en el callejón, de repente se le vino a la mente la escena del cura entre sombras y niebla en lo alto de la escalera. “Vaya, a ver cuando el ayuntamiento se acuerda de poner luz en esta calle que un día nos van a dar un susto… y, encima, el vecino que no tiene tiempo de cortar las ramitas del árbol… como si la calle fuese su jardín”. Sin darse cuenta, Pepe apretó el paso, el corazón le latía con fuerza, casi escuchaba la banda sonora de la película y las manos le sudaban. Iba pensando en ello cuando Perezoso la salió al paso. Pepe pegó un traspié mientras lanzaba improperios hacia el gato, el dueño del gato, la familia cercana y lejana…
 Cuando llegó a casa se encontraba de mal humor, no tuvo ganas de cenar y durmió mal.
Espero que este cuento le haya hecho reflexionar, pero pasar de ver el vaso medio vacío a verlo medio lleno no ocurre por arte de magia, ni tomando una pastillita, ni leyendo este cuento o porque otro se lo diga. La forma que tenemos de pensar es como el camino que recorremos todos los días para ir al colegio, al instituto, a la Facultad o al trabajo. Lo hacemos de forma rutinaria y para cambiarlo debemos desconectar el piloto automático y esforzarnos por buscar otro camino, otra forma de pensar. Hay que invertir esfuerzo durante un largo plazo (hasta que nos salga de forma automática) y sabiendo que habrán altibajos.
Si está dispuesto a asumir este esfuerzo, puede continuar leyendo, si no, siga ahogándose en su pesimismo y esperando que alguien le solucione el problema… lo mismo tiene  suerte (aunque esto significaría pensar positivamente).
Para empezar hagamos un ejercicio. Coja un folio y pinte dos líneas que lo divida en tres partes verticales iguales. Ahora borre la primera división. Así te quedará un folio dividido en dos partes (una ancha y otra estrecha).
En la parte estrecha puede ir escribiendo todo lo que piensa de si mismo o del mundo  que sea negativo y en la parte ancha, lo que piense positivamente. Sólo hay una regla: no puede escribir más líneas en la parte estrecha que en la ancha (y no vale hacer trampas, la caligrafía debe ser igual).      

Nos vemos en el siguiente ejercicio.