Hace años que editamos el libro "Estimado hijo: lo he hecho lo mejor que sabido". Pero los libros evolucionan, crecen, siempre están inacabados. Por eso, de vez en cuando, subo una nueva carta a este blog.
Estimado hijo:
A estas alturas ya no creí que volviera a escribirte una
carta para comunicarme conmigo.
De todas formas, ésta no es una carta como las que te
escribía cuando eras un adolescente, cartas llenas de miedo, frutos de la
incomunicación.
Ésta es una carta similar a las últimas pinceladas que se le
da a un cuadro casi acabado, como los últimos golpes del martillo sobre el
cincel que modela una escultura terminada.
Hoy te escribo para hacerte comprender que, lejos de lo que
opinas, yo me siento muy orgulloso de ti, de saber que, aunque te opones a todo
consejo y reniegas de toda propuesta, luego, a la hora de la verdad, eres un
trabajador incansable. Que cuando te pones a trabajar, me recuerdas a tu
abuelo: nunca se preocupaba por la hora de terminar, sino por terminar un buen
trabajo.
Lejos de lo que crees, se que, a pesar de lo difícil que
tenéis los jóvenes el futuro, no te aminoras, ni te refugias en un “NI-NI”, no
te asusta el trabajo duro manual, ni el creativo (aunque luego seas un radical
que criticas esos mismos trabajos).
Pero no debes olvidar que soy tu padre y que mi misión no es
(solamente) darte palmaditas, sino empujarte, exigirte.
Lo que quiero que entiendas es que si bien es bueno luchar
por realizar los sueños, casi siempre, hay que aceptar realidades menos ideales
para poder alcanzarlos.
¿Sabes por qué Moisés abrió las aguas del Mar Rojo ante el
asombro de los demás hebreos?, porque antes había pasado muchos años junto a
ese mar (a diferencia del resto), observándolo y sabía que, bajo ciertas
condiciones las aguas de ese mar bajaban (pleamar) y dejaban una zona del fondo
a la vista.
¿Qué por qué te cuento esto? Para que entiendas que cuando
te doy un consejo, lo hago porque yo ya he estado allí y sé cómo es el camino
y, aunque el mundo haya cambiado mucho y ya no sea, como dices, como en mis
tiempos, en lo esencial, es igual.
No me importa, no me preocupas, que ahora te opongas a todas
mis opiniones, ni a la de casi todo el mundo. Es tu papel, cuestionarlo todo,
oponerte, ser utópico, casi revolucionario. Ya llegará el tiempo de la calma,
del status quo, de comprender que no todo cambio es bueno, que además del tuyo,
hay otros puntos de vistas que también tienen razón (incluso el de tu padre).
Por ahí circula un proverbio que reza: “Cuando
un hombre reconoce que su padre tenía razón, ya tiene un hijo que piensa que su
padre está equivocado”. Así que debes saber que estás condenado a echar la
mirada atrás y darte cuenta que, cuando te corregía, lo hacía por el amor que
te tengo.
Tu padre.